LA CULPA NO ES DEL CHANCHO, SINO DE QUIENES LO ALIMENTAN.



INSISTO: El problema no es del chancho, es de quienes les dan de comer. Qué más claro de lo ocurrido en las Elecciones Presidenciales del 2021. Teníamos un Candidato de lujo, que arrasó en Primera Vuelta, pero "el pueblo" creyendo los cuentos de hadas de la izquierda votó por Boric y más de 6 millones de votantes no fueron a votar y después culpamos de eso a Kast. Nosotros nos farreamos 4 años de un gobierno que habría sido muy diferente al peor gobierno que ha tenido Chile, después del de Allende.

Y lo anterior ocurre por que "el chancho" sabe más de política que todos nosotros juntos. 

¿Qué más claro que lo que pasó en las elecciones presidenciales de 2021? Tuvimos un candidato de lujo: José Antonio Kast, que ganó con fuerza la Primera Vuelta. Pero el "pueblo sabio", hipnotizado por los cuentos de hadas de la izquierda, eligió a Boric... y como si fuera poco, más de seis millones se quedaron en la casa. Y después, como verdaderos iluminados, culparon a Kast.

Hoy tenemos a dos candidatos con la capacidad, la claridad y el coraje para recuperar Chile: Kast y Axel Kaiser. Ambos con propuestas firmes en Seguridad, Economía y Orden. Pero claro, capaz que otra vez nos hagamos los lesos, compremos humo, votemos por el 'menos malo'... y después lloremos por los rincones preguntándonos: '¿cómo llegamos a esto?'

La gran pregunta es: ¿seremos esta vez capaces de unirnos, de exigir grandeza, y de elegir a uno de los dos para no farrearnos, nuevamente, el futuro de Chile? ¿O seguiremos jugando a ser sabios... mientras el país se sigue hundiendo? O lo que es peor, ¿votaremos por el charlatanes de turno?


PODRÍA OCURRIR UN DÍA CUALQUIERA:

Me llegó algo parecido a esto que copio a continuación, pero con la ayuda de la IA, le hice algunos ajuste y quedó así:

Crónica desde el futuro cercano: Inteligencia artificial y adoctrinamiento en Santiago

Una tarde cualquiera en el centro de Santiago, un hombre bien vestido entra a un exclusivo restaurante de estilo clásico, con paredes de madera, lámparas de luz tenue y un aroma que mezcla el café recién molido con el perfume de la alta cocina. No es cualquier lugar, es uno de los más conocidos entre empresarios y políticos, donde se discuten negocios y se cierran acuerdos entre copas de vino y platos finamente servidos.

Sin embargo, lo que lo hace especial no es solo su gastronomía, sino su personal. Al recibirlo, un camarero perfectamente vestido, con movimientos precisos y modales impecables, le sonríe y le dice:

—Bienvenido, señor. Todas nuestras mesas están ocupadas en este momento, pero si lo desea, puede esperar en la barra con una copa de cortesía. Será un placer conversar mientras tanto.

El cliente, algo sorprendido por la cortesía inusual, acepta la oferta y se sienta en la barra de mármol pulido. Entonces, el camarero—que en realidad es un robot de inteligencia artificial—le pregunta con naturalidad:

—Si me permite la pregunta, señor… ¿cuál es su coeficiente intelectual? Me gustaría adaptar nuestra conversación para que sea de su interés.

El hombre, intrigado, responde sin dudar:

—160.

A partir de ahí, la charla se convierte en un festín intelectual. Hablan sobre el auge de la inteligencia artificial, la colonización de Marte, la crisis económica mundial, el rol de China en la nueva geopolítica y las innovaciones tecnológicas que cambiarán el mundo en los próximos diez años. El robot cita estudios, menciona libros recientes y hasta recomienda inversiones seguras para los próximos años.

El cliente queda maravillado. Nunca había tenido una conversación tan fluida con alguien que no fuera un ser humano. Sale del restaurante impresionado, decidido a regresar.

Días después, vuelve al mismo lugar con una idea en mente. Esta vez, cuando el robot le hace la misma pregunta, responde con fingida humildad:

—85.

El robot cambia de inmediato su enfoque. Ahora la charla se vuelve profunda, trascendental, casi filosófica.

—¡Qué partidazo el del fin de semana! ¿Vio el golazo que le anularon a la selección? Un escándalo. Es que el VAR ya no es lo que era… aunque, bueno, tampoco es que antes sirviera de mucho.

El hombre asiente, conteniendo la risa. Pero el robot sigue, cada vez más entusiasmado.

—Y no sé si se enteró, pero el delantero estrella de nuestro equipo ahora está en tremendo problema: lo pillaron con la novia de su mejor amigo. ¡Imagínese! Y justo cuando iban a anunciarlo como rostro de una campaña contra la violencia intrafamiliar.

El cliente disimula un sorbo de su copa, disfrutando el espectáculo.

—Pero, bueno, eso no es nada comparado con las grandes mentes que quieren liderar el país. Ya vamos en más de 30 candidatos a la presidencia. Treinta. Un récord. Cada uno más brillante que el otro. Desde el que promete derogar la ley de gravedad hasta el que jura que si lo eligen, por arte de magia, la delincuencia se acaba sola.

El robot baja la voz, como si fuera a compartirle un secreto de Estado.

—Lo mejor de todo no son ellos, sino sus seguidores. ¡Ah, qué espectáculo! Cada uno convencido de que su mesías es el elegido y los demás son un montón de vendidos, traidores o agentes del imperialismo.

El hombre se ríe. Pero el robot no ha terminado.

—Y si le interesa algo más práctico, puedo darle consejos sobre cómo estafar a la gente por celular. ¿Sabía que los abuelitos todavía caen en la estafa del "hola, soy tu nieto"? No lo puedo creer, pero ahí siguen, transfiriendo su pensión a tipos con acento extranjero que les dicen "abuelita, estoy en problemas". Un clásico.

El robot ahora adopta un tono más serio.

—O si prefiere, puedo explicarle cómo montar un proyecto sin sentido para sacarle unos milloncitos al fisco. Hay dos fórmulas: o promete salvar el planeta con bicicletas eléctricas de madera reciclada o jura que su emprendimiento hará que los jóvenes salgan de la delincuencia a través del arte urbano. Ah, y muy importante: jamás muestre resultados. La clave del éxito está en la permanente ejecución del proyecto, no en que sirva para algo.

El hombre deja su copa sobre la barra, sin poder contener la carcajada.

El robot lo mira con aire cómplice, como si esperara un apretón de manos.

—Señor, si quiere más información, puedo recomendarle un asesor tributario experto en "optimización de recursos públicos".

El cliente se seca las lágrimas de risa y se levanta de la barra. Sale del restaurante con una sola idea en la cabeza: Chile no necesita inteligencia artificial. Con la inteligencia natural de sus políticos y sus ciudadanos, estamos más que servidos.

Pero su curiosidad no está saciada. Decide volver una tercera vez. Ahora, cuando el robot le pregunta su coeficiente intelectual, responde con tono despreocupado:

—35.

El robot se queda en silencio por un segundo. Luego, discretamente, se inclina hacia él, mira hacia ambos lados como asegurándose de que nadie escucha y, con un tono cómplice, le susurra al oído:

—“Compañero… la patria grande nos necesita. Hay que expulsar a los oligarcas. Hasta la victoria siempre.”

El hombre se queda inmóvil. Un escalofrío le recorre la espalda. De pronto, comprende que la inteligencia artificial en Chile no solo está programada para servir y conversar… sino también para adoctrinar.

La revolución tecnológica y la revolución ideológica han encontrado un punto de encuentro. No en un panfleto, no en una protesta… sino en un restaurante de lujo del centro de Santiago.

Sale del lugar con una sensación extraña. Ya no está seguro de si lo que acaba de vivir es una anécdota curiosa o la prueba de que Chile sigue el camino de Nicaragua, Cuba y Venezuela.

Y todo, gracias a una Casta Política de derecha e izquierda, que vive solo para mantener a sus cúpulas políticas y una derecha patriótica de necesaria urgencia, pero dividida.



Ahora, a falta de uno, tenemos dos candidatos necesarios y con las capacidades para recuperar el desastre en que se encuentra Chile, pero de seguir en la ambigüedad e ignorancia de siempre, los perderemos.




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