KAST NO PUEDE GANAR.

“Kast no puede ganar”: el grito desesperado de una derecha que ya perdió el alma.

Por Christian Slater Escanilla – Un Patriota sin Partido Político. 




La política chilena vive días de redefinición. Los rostros que antes se repartían el poder hoy se ven forzados a compartir encuestas, micrófonos y protagonismo con figuras que no vienen de las cúpulas ni del privilegio mediático. José Antonio Kast, pese al cerco político y comunicacional, ha superado por primera vez a Evelyn Matthei en la encuesta Cadem. Y aunque para algunos esto aún es motivo de negación, para otros ya es una amenaza real. Y cuando la amenaza se hace visible, aparecen las voceras del miedo.

La diputada Ossandón y el manual del pánico.

Esta semana, la diputada Ximena Ossandón (RN) afirmó sin titubeos que José Antonio Kast “no puede ganar en segunda vuelta”. ¿Con qué datos? Ninguno. ¿Con qué argumentos? Cero. Solo con la confianza de quien cree que repetir un mantra suficiente veces lo convierte en realidad.

Su declaración no es ingenua. Forma parte de una estrategia desesperada del entorno político que intenta sostener a Evelyn Matthei no con propuestas, sino con descalificaciones hacia Kast.

“Él no suma”,
“él no modera”,
“él no convoca”,
“él no gana”.

Son frases copiadas y pegadas del cuaderno de campaña de 2021, pero con menos convicción y más miedo. Porque esta vez, Kast ya no es el outsider incómodo. Hoy es el candidato mejor posicionado. Y eso les duele.

Una derecha que prefiere perder con Matthei que ganar con Kast.

Lo más grave de los dichos de Ossandón no es su falsedad, sino la carga ideológica y elitista que esconden: ese viejo reflejo de la derecha tradicional que prefiere entregar el poder a la izquierda antes que permitir que un liderazgo firme, patriota y no subordinado a las élites se instale en La Moneda. Prefieren una Matthei derrotada pero obediente, que un Kast victorioso y libre.

¿No fue esa la misma historia en 2021? ¿No fueron ellos los que se cruzaron de brazos en segunda vuelta, cuando debían defender a quien más votos obtuvo en la primera?

¿No son ellos los que ahora, en vez de sumar apoyos, destruyen puentes?

La respuesta es sí. Y ahora lo repiten con más desesperación porque la figura de Kast sigue creciendo, mientras la de Matthei se desinfla entre frases altisonantes y equipos reciclados.

El error táctico de no querer sumar.

Mientras tanto, la campaña de Matthei —lejos de prepararse para capitalizar votos de centroizquierda si Carolina Tohá cae frente a Jeannette Jara— se enreda en disputas contra Kast, como si él fuera el adversario a vencer.
Grave error. En un país polarizado y fragmentado, la única opción real de Matthei sería ampliar su base, no cavar trincheras. Pero su entorno no lo entiende, o no le interesa. Y ahí entra Ossandón, no como analista, sino como fusible de una campaña que no despega. En vez de disputar el futuro con ideas, lo intentan bloquear con miedo.

Cuando el mensajero ya no tiene autoridad moral.

Las declaraciones de Ossandón revelan más que temor: exhiben una falta de autoridad política y moral para dar lecciones de gobernabilidad o estrategia electoral. No lo decimos por ideología, sino por trayectoria:

Defendió públicamente a Karadima, incluso cuando el país entero ya entendía la magnitud del daño.

Se burló de su propio sueldo público, calificándolo como “reguleque”. Su salario bruto era de $3.729.923 pesos.

Acusó a Sebastián Piñera de montar “un show falso para las cámaras”.

Se alineó con Camila Vallejo, alegando que la derecha se oponía solo “por aversión personal”.

Y más recientemente, fue investigada por viajes sin descuentos en su dieta parlamentaria, en compañía de Carmen Hertz.

¿Y esta es la voz que viene a decirnos quién puede o no puede ser presidente?
No. Esta es la vieja política que cambia de discurso como quien cambia de peinado. Una figura funcional al rating, no al rumbo del país.

La fiesta que algunos no quieren que se acabe.

Pero la verdadera desesperación no está solo en los partidos, sino en los salones con aire acondicionado donde los mismos empresarios y grupos económicos de siempre comienzan a mover sus fichas. Se disfrazan de analistas, financistas o consejeros, pero no hacen otra cosa que usar sus malas artes para influir y proteger la conveniencia de sus oscuros negocios.
Forman parte de esa Casta Política camuflada entre la izquierda y la derecha, siempre preocupada de mantener su acceso al poder, los privilegios y los favores. Hoy, como era predecible, se agolpan en torno a Matthei, no por sus ideas, sino porque saben que con Kast la fiesta puede acabarse.

Y mientras la candidata de la vieja derecha recoge estos apoyos con resignada sonrisa, en el equipo de José Antonio Kast vemos profesionales de intachable honorabilidad, personas que no buscan prebendas ni cuotas de poder, sino servir a la Patria y devolver la esperanza a los más olvidados.
Esa es, quizás, la diferencia más clara entre un liderazgo que incomoda… y otro que acomoda.

La elección de fondo.
Lo que está en juego en 2025 no es solo quién llega a segunda vuelta, sino quién representa un verdadero cambio y quién protege el statu quo.
Kast ha demostrado tener una línea, un equipo, y el coraje para enfrentar a la izquierda sin entreguismo ni cálculo. Matthei, en cambio, ha optado por parecerse cada vez más a sus adversarios… y eso, en política, no se premia. Se castiga.

Quienes hoy intentan descalificarlo lo hacen porque saben que, si gana Kast, ellos ya no tendrán cabida. Y por eso repiten su eslogan más triste:

“Kast no puede ganar”.
Lo dicen como un consuelo. Pero su cara los delata: temen que sí pueda. Y que lo haga con más apoyo del que jamás imaginaron. Si los mismos de siempre están tan nerviosos, es porque saben que esta vez… no podrán volver a lo mismo.
Si los mismos de siempre están tan nerviosos, es porque saben que esta vez… no podrán volver a lo mismo.











La soberbia política no construye futuro. La consecuencia, sí.



Publicado en el Blog Patriota Slater

El 7 de abril se publicó en este espacio un análisis que muchos consideraron anticipado, crítico o incluso severo. Hoy, sin ánimo de vanagloria, los hechos han hablado por sí solos. Mientras Evelyn Matthei caía en un triunfalismo impropio, que rozaba la arrogancia, José Antonio Kast mantenía la templanza, la coherencia y el foco en lo esencial: Chile.



La figura de Matthei comienza a desdibujarse. No solo por errores discursivos, sino por lo que representa: una vieja derecha económica desgastada, atrapada en sus propias ambiciones, incapaz de ofrecer una visión ética del poder. Esa misma derecha que fue eficaz para ciertos negocios, pero profundamente insensible con las necesidades más básicas del país real. La misma que, con aire de superioridad, ha pactado una y otra vez con la izquierda, en nombre de una “gobernabilidad” que solo sirvió para repartirse cuotas de poder.

Y aquí hay que ser claros: Matthei, como muchos en su sector, no tiene el respaldo ético para liderar Chile. Su candidatura no nace de una vocación genuina de cambio, sino del desesperado intento del piñerismo por alargar su influencia. Fueron hábiles para defender intereses financieros, pero torpes —e incluso crueles— con los más necesitados. Su lógica ha sido siempre la del cálculo: “Nada te pido, Señor… solo dime dónde hay.”

Hoy, Chile Vamos se abraza sin pudor a los Amarillos y a los Demócratas. No porque compartan principios, sino porque comparten la urgencia de sobrevivir políticamente. Porque su proyecto, lejos de representar a una derecha moderna o democrática, es la expresión de una casta que ha perdido la brújula moral. Que negocia todo, incluso su propia existencia, con tal de conservar cargos, cuotas, o la ficción del poder.

Todo esto es justamente lo que no representa José Antonio Kast. Su liderazgo, junto al Partido Republicano, encarna la esperanza de miles de chilenos que están hastiados del viejo orden. De esa derecha que jamás se atrevió a gobernar con convicción, ni siquiera durante los gobiernos de Piñera, que fueron más tecnocráticos que ideológicos, más cosméticos que valientes.

Y más allá de Kast, también está Johannes Kaiser y el Partido Nacional Libertario, una fuerza emergente, aún sin estructura suficiente para sostener un crecimiento a gran escala, pero con un empuje innegable. Kaiser ha llegado lejos sin financiamiento, sin padrinos políticos, solo con convicción y discurso. Hoy ha tocado techo, sí, pero su capital político es real. En algún momento, si prima la responsabilidad histórica, sus seguidores deberán mirar más allá de la identidad personal y sumarse a un proyecto mayor, sin caer en descalificaciones infantiles ni fragmentaciones estériles.

Porque lo que viene será sucio, complejo y despiadado. La vieja política, cuando huele el final, es capaz de cualquier cosa. Desde repartir cargos por anticipado, hasta coquetear con el enemigo ideológico si eso asegura mantenerse un poco más. La desesperación por el poder aflora lo peor del ser humano.

Pero hoy hay alternativas. Y ya no basta con no ser como ellos. Es hora de ser mejores.


Matthei y el relato que incomoda: lo que la derecha amarilla quiere borrar con el codo.

Por Christian Slater Escanilla – Un Patriota sin Partido Político

Bajada:

Cuando se habla de “reforzar el relato” de Evelyn Matthei, en realidad se está reforzando el olvido, la inconsecuencia y el oportunismo. Esta es una advertencia severa, no solo a quienes pretenden maquillar su pasado, sino también a quienes, por conveniencia política, se han sumado al relato sesgado y falsificado de la izquierda, abandonando a quienes lo dieron todo por salvar a Chile del abismo.

La prensa ha titulado con candidez lo que en realidad es un desesperado blanqueamiento: “Matthei necesita reforzar su relato”. Y uno se pregunta… ¿a qué relato se refieren? ¿Al que acomoda según el viento? ¿Al que aplaude cuando le conviene y calla cuando le incomoda? Lo cierto es que no están reforzando un relato, sino blindando una candidatura que representa lo peor de la derecha funcional, la de la vieja Casta Política, la de los pactos en las sombras y el progresismo con gusto a caviar y aroma a Chanel.

Evelyn Matthei es la heredera política más clara de esa derecha que, tras el retorno a la democracia, optó por lavarse las manos. Una derecha cobarde, vergonzante, que renunció a su historia, se subordinó al relato de la izquierda y ayudó a escribir leyes que dejaron en la total indefensión a todos quienes habían vestido uniforme durante el Gobierno Militar. Una derecha que votó junto al adversario para perseguir judicialmente a exmilitares octogenarios con ficciones jurídicas que no resisten análisis, bajo un sistema inquisitivo que dejó de existir hace más de 25 años. Y hoy, muchos de esos hombres mueren en Punta Peuco, condenados no por crímenes comprobados, sino por haber formado parte de una Unidad Militar.

Matthei representa esa inconsecuencia. Esa “vuelta de chaqueta” en nombre de la corrección política, que hoy pretende transformarse en liderazgo presidencial. Lo grave es que lo hace silenciando, distorsionando u ocultando el verdadero contexto que llevó al país al 11 de septiembre de 1973.

Porque cuando se menciona el Golpe, conviene aclarar —por si alguien aún se deja engañar— que no fue una aventura militar improvisada. Fue el desenlace de una institucionalidad colapsada: la Cámara de Diputados de esa época, los presidentes de los partidos, la Cámara de Comercio, el Poder Judicial… todos declararon que Salvador Allende había quebrantado el orden constitucional. Las Fuerzas Armadas no actuaron por capricho, sino para evitar una guerra civil, mientras el lenguaje revolucionario prometía “el colchón” para las momias y el paredón para los momios.

(Para quienes no vivieron la época: “momios” era el término con que la izquierda insultaba y deshumanizaba a todo opositor al gobierno de la UP —políticos, empresarios, dueñas de casa, agricultores, adultos mayores—, tildándolos de reaccionarios, cadáveres políticos o enemigos del pueblo. No era solo un apodo: era una amenaza velada).

Así lo recuerdan con crudeza Mauricio Rojas y Roberto Ampuero, en su libro Diálogo de Conversos:

…había gente asustada al ver a miles de tipos con banderas, cañas y linchacos, gritando ‘¡Expropiar, expropiar, es mandato popular!’ o ‘¡Momios al paredón, momias al colchón!’… Eso éramos nosotros como país antes del golpe de Estado, y por eso ocurrió lo que pasó. Y con lo que digo, no justifico ni una sola violación de derechos humanos sobrevenida bajo la dictadura”.

Y a esa misma época pertenece uno de los episodios más brutales y silenciados de nuestra historia: el caso de Antonieta Maachel, una mujer chilena de origen italiano, madre de tres hijos, quien tras la muerte de su esposo administraba con esfuerzo el fundo Tregua, en Panguipulli. En noviembre de 1970, ese fundo fue violentamente tomado por una banda liderada por José Gregorio Liendo Vera, alias “Comandante Pepe”, militante del MIR. Según una carta publicada en El Mercurio el 28 de marzo de 2005 por Paz Rodríguez Correa, Antonieta fue secuestrada, brutalmente violada y ultrajada por los invasores, para luego suicidarse en su dormitorio, mientras sus atacantes celebraban en el comedor. Ningún organismo de derechos humanos ha recordado su nombre, y sus hijos fueron abandonados sin justicia ni reparación.

Ese mismo José Gregorio Liendo, elevado hoy por algunos como “víctima”, llegó a declarar en entrevista con la periodista Nena Ossa —incluida en el libro Allende, Thank You— que “tenía que morir un millón de chilenos para que la revolución fuera real”. No fue una metáfora ni una excentricidad: fue una expresión sincera del delirio ideológico que motivó tomas, asesinatos y terrorismo. Sin embargo, mientras los tribunales persiguen a militares ancianos por presunciones y ficciones jurídicas, a estos responsables históricos de violencia real, ni se les nombra.

Y es precisamente todo esto lo que la derecha amarilla pretende hoy borrar con el codo, por simple conveniencia política. Esa derecha que prefiere sumarse al relato sesgado, incompleto y falsificado de la izquierda, antes que defender con coraje la verdad histórica. Y Matthei es su símbolo más cómodo y funcional: moderada cuando conviene, dura cuando el libreto lo permite, y silenciosa cuando se trata de defender a quienes alguna vez pusieron el pecho por la patria.

Reforzar el relato, según el manual de Chile Vamos, implica:

Alejarse aún más de todo lo que huela a Gobierno Militar, y de quienes hoy, ancianos olvidados, purgan condenas sin debido proceso. Si alguna vez Matthei tuvo gratitud por el general Pinochet y quienes restauraron el orden, eso quedó sepultado en algún rincón incómodo de su memoria política. Hoy su relato es el de la deslealtad disfrazada de modernidad.

Acercarse aún más a los círculos de poder económico que, paradójicamente, financiaron las mismas causas que hoy destruyen lo que queda de país. Matthei es la carta de esa elite: la que no arriesga, no se ensucia y solo invierte en lo “posible”, aunque eso signifique entregar Chile por partes.

Transformar su candidatura en una operación de maquillaje electoral, con generalísimos, comités, voceros y asesores que buscan que nadie recuerde que ella también ha sido parte de los mismos gobiernos que hoy repudiamos.

Y no olvidemos su historia. Porque esta candidata no es nueva ni ajena al poder: en 1992 fue protagonista funcional del escándalo conocido como el “caso Kioto” o “Piñeragate”, cuando Megavisión emitió públicamente una conversación telefónica privada entre Sebastián Piñera y el empresario Ricardo Claro. Aunque la grabación fue obtenida de manera ilegal, y su difusión televisiva supuso una grave vulneración de la privacidad y la ética periodística, Matthei no condenó el hecho, sino que se sumó a la polémica y se benefició políticamente del daño causado. La jugada fue tan burda que terminó con su expulsión de Renovación Nacional por falta a la ética partidaria. Irónicamente, los mismos que la sancionaron en ese entonces, hoy la veneran como referente moral y lideresa presidencial, lo que demuestra que en la política chilena, el cinismo no solo abunda: a veces se premia.

Chile Vamos no quiere una revolución del sentido común, quiere continuidad con rostro amable. Por eso la eligen a ella. Porque pueden confiar en que no incomodará a los poderosos, no se enfrentará al progresismo y no tocará a sus amigos de la política. Porque como bien lo sabe el lector informado, ellos no quieren cambiar Chile, quieren seguir repartiéndoselo.

Cuando los partidos tradicionales, corrompidos hasta el tuétano, hablan de “reforzar el relato”, no se refieren a principios, a convicciones ni a verdad. Menos aún a ética o moral. De seguir así, en esa desesperación, comenzarán desde ya —al igual que los que hoy nos gobiernan— a repartir cargos entre amigos y familiares, y quién sabe qué otras promesas para ese nefasto grupete económico que siempre está buscando oportunidades para comprar futuro.

Chile no necesita relatos reforzados. Necesita coraje moral, consecuencia, y líderes que digan lo que piensan y hagan lo que dicen. Pero eso, por supuesto, no está en oferta en Chile Vamos. Y lo que hoy intentan vender como relato, no es más que un disfraz barato para una historia conocida, repetida, y francamente agotadora.



08 DE JUNIO DE 2025. (Actualización).



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