EL SINDROME DEL PAVO REAL QUE AFECTA A LOS INTECUALES LIBERALES DE IZQUIERDA.

Agustín Squella: pensar distinto no basta, hay que hacerse cargo.

Admiro la inteligencia de Agustín Squella. Lo digo sinceramente. Su claridad argumentativa, su formación filosófica y su capacidad para plantear ideas con elegancia lo han hecho merecedor de respeto en muchos círculos. Pero justamente por eso, por ser un hombre brillante y de enorme influencia pública, lamento profundamente que muchos de sus comentarios —si bien escritos desde la honestidad intelectual— hayan terminado fortaleciendo precisamente lo que dice rechazar: la izquierda radical, el comunismo, y la aversión sistemática hacia la derecha y todo lo que huela a uniforme.

En una columna del 12 de noviembre de 2021, en La Tercera, Squella advertía que “nos estamos volviendo intolerantes”, y que deberíamos cultivar una tolerancia activa, conviviendo en paz con quienes piensan distinto. Estoy completamente de acuerdo. Pero me parece legítimo preguntarse: ¿ha sido él mismo tolerante con quienes tienen una visión patriótica, conservadora o institucional del país? ¿Ha convivido en paz intelectual con quienes creen que el orden, el mérito, el servicio militar o las Fuerzas Armadas cumplen un rol honorable y necesario?

Porque no basta con pedir tolerancia. Cuando se ridiculiza el pasado militar de Chile como una “pesadilla”, cuando se desconfía de todo lo que represente autoridad, y cuando se elige el voto en blanco como salida “digna” —como ha hecho recientemente en su columna del 12 de julio de 2025 en Emol— no se está fomentando diálogo. Se está alimentando —desde la academia— el mismo desprecio cultural que luego se traduce en odio político.

En su confesión publicada el 2 de junio de 2024 en El Mostrador, Squella recuerda con nostalgia su infancia en una población naval de Las Salinas, en Viña del Mar, donde su padre trabajaba como oficial civil de la Armada. Un entorno claramente vinculado al mundo militar, al orden, a la vida con uniforme. Sin embargo —y él mismo lo reconoce— jugaba con “los otros niños del lugar”, no con los hijos del mismo mundo donde crecía. Y no se portaba bien. Fue expulsado de un colegio y enviado a otro donde, según cuenta, encontró un espacio más tolerante y literario. Es un dato biográfico que no puede pasarse por alto: incluso viviendo en ese entorno, optó por alejarse de él emocional e intelectualmente. Y ese desapego temprano pareció volverse definitivo.

En esa misma columna declara que su camino fue el de un liberalismo de izquierda, con conciencia social, igualitarismo y justicia. No lo discuto. Pero lo que sí cuestiono es que, al hacerlo, ha terminado siendo funcional a los sectores más extremos de la izquierda, validando su relato histórico, justificando su desconfianza hacia todo lo institucional, y dejando en la orfandad moral a quienes aún creen en la patria como un valor, no como un residuo reaccionario.

Y lo más preocupante es que no está solo. Muchos de sus discípulos —particularmente Carlos Peña y otros intelectuales que hoy gozan de tribuna privilegiada en medios como El Mercurio— han replicado esa misma superioridad moral, ese mismo desprecio refinado hacia el mundo del deber, la disciplina y el orden. Con columnas plagadas de citas académicas y condescendencia liberal, han reforzado durante años un relato donde los patriotas son vistos como fanáticos, y los marxistas como jóvenes incomprendidos.

Yo también creo en el derecho a pensar distinto. Pero los líderes de opinión tienen un deber mayor: el de hacerse cargo de las consecuencias reales de sus palabras. Porque la brillantez intelectual no exime del deber moral. Y si Squella elige votar en blanco en 2025, que lo haga. Pero que no olvide que, a veces, no elegir es también una forma de elegir.

Y lo más fácil —cuando ya se está en la cumbre de la élite académica y editorial— es decirles a los que aún suben con esfuerzo y sin privilegios:

“Suban no más, los estoy esperando arriba...”

Sí, claro. Pero lo dice quien llegó, cerró la escalera y se sienta a mirar, cómodamente instalado en la cima, como si dijera:

“Me da lo mismo quién gobierne Chile... yo seguiré siendo el mismo Pavo Real de siempre.”

Christian Slater E.

Un Patriota sin Partido Político.

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