EL PERDÓN DE SEBASTIÁN Y EL INICIO DEL FIN DE LA CANDIDATURA.

Cómo Evelyn Matthei rindió examen ante quienes no se postulan, pero mandan.

EL PERIODISTA. UNA DERECHA SECUESTRADA. (Clic sobre letras azules)

No deja de ser curioso —y a la vez revelador— que en plena carrera presidencial 2025, la exalcaldesa Evelyn Matthei haya tenido que pedir perdón públicamente, no por una acción, sino por una frase. Y no ante el pueblo de Chile, sino ante una élite intelectual y mediática que no se presenta a elecciones, pero actúa como si decidiera quién puede o no gobernar este país.

Me refiero a Sebastián Edwards, economista, académico, columnista y figura tutelar del liberalismo tecnocrático chileno. Ese mismo que desde hace años predica la moderación, pero reparte certificados de aceptabilidad con el desparpajo de un inquisidor con título honoris causa.

Matthei, en una entrevista radial, señaló lo que muchos chilenos de a pie —sin el filtro de las ONG ni los claustros universitarios— piensan: que en el contexto de guerra civil larvada de 1973, era probable que ocurrieran muertes. Crudo, sí. Fríamente histórico, también. Pero imperdonable para quienes han convertido el relato sobre el Golpe de la Cámara de Diputados y el Pronunciamiento de las Fuerzas Armadas y de Orden, para evitar una Guerra Civil, en un dogma cerrado.

Y ahí apareció el árbitro moral. Sebastián Edwards declaró que no votaría por ella... a menos que se retractara. Palabra más, palabra menos: “Si aclara bien lo de los muertos inevitables, podría votar por ella”. Un verdadero ultimátum ético disfrazado de corrección democrática.

El resultado fue predecible. Evelyn cumplió. A los pocos días, publicó una carta en El Mercurio pidiendo disculpas, condenando las violaciones a los derechos humanos y alineándose con el relato esperado. El pecado fue redimido. El perdón fue concedido.

Este episodio es más que un simple intercambio de opiniones. Es una muestra clara de cómo opera el verdadero poder: no el que gana elecciones, sino el que instala los marcos de lo decible, lo pensable y lo aceptable. Un poder sin votos, pero con columnas, cátedras, editoriales y micrófonos.

Matthei no le habló a la ciudadanía. Le habló a Sebastián. Y Sebastián, satisfecho, levantó el pulgar.

Lo más preocupante no es que Matthei se haya retractado. Lo grave es que ese gesto no fue dirigido a los chilenos, sino a los guardianes del relato progresista-light, que se sienten con derecho a evaluar a los candidatos desde sus torres de marfil, siempre dispuestos a perdonar… si se les obedece.

Y claro, no es la primera vez que Evelyn le pide perdón a un Sebastián. Solo que esta vez no se trató de Piñera… sino de Edwards.

La pregunta que queda flotando es sencilla, pero inquietante: ¿quién gobernaría realmente si Matthei llegara a La Moneda? ¿Ella… o los Sebastianes?

Porque al haberse faltado el respeto a sí misma, ahora cualquiera —desde un economista con tribuna en medios hasta una vocera comunista del gobierno— se siente con el derecho de exigirle explicaciones, disculpas y sumisión.

Y mientras Evelyn se esfuerza por parecer razonable ante sus críticos, los Republicanos son los únicos que hasta ahora no han pedido permiso para pensar, hablar o actuar con convicción. No le han rendido pleitesía a los patrones de siempre.
Y en el Chile actual, eso no solo es inusual: es coraje.


Creo ha llegado la hora de ponernos serios. Chile no aguanta otra chanbonada.

Ya basta. Ha llegado la hora de ponerse serios. Chile no aguanta otra chambonada. Evelyn Matthei no puede seguir con este espectáculo. No le hace bien a ella, no le hace bien a Chile Vamos, y mucho menos al país que dice querer gobernar. Porque el liderazgo no siempre se demuestra insistiendo. A veces, también se demuestra sabiendo dar un paso al costado.





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