CHILE: DE LA POLICRISIS GLOBAL A LA NOOPOLITIK.
Policrisis, Poder y Desafíos: Chile en un Mundo Multipolar
Vivimos en un escenario global marcado por la policrisis —la convergencia simultánea de crisis económicas, políticas, sociales y de seguridad—, por un creciente desacoplamiento de bloques económicos que reconfigura alianzas y dependencias, por un desgobierno global que ha dejado a las instituciones internacionales sin capacidad real de arbitraje, y por una competencia multipolar en la que potencias tradicionales y emergentes se disputan no solo territorios, sino también influencias culturales y narrativas. Este entorno, lejos de estabilizarse, se mueve en una constante hibridación de amenazas, donde las guerras ya no se libran solo en el campo de batalla, sino también en el ciberespacio, en la economía y en la opinión pública.
Geoeconomía y nuevas formas de poder.
En este contexto, la política global ha dejado de moverse solo por ejércitos y armas. Hoy, la verdadera disputa se libra en lo que los nuevos analistas llaman geoeconomics: el uso de la economía como un arma estratégica. Ya no se trata únicamente de sanciones o tratados comerciales, sino de emplear el comercio, las cadenas de suministro y las inversiones como herramientas de presión política. Esto se complementa con la llamada interdependencia estratégica, que busca reducir la dependencia de un solo proveedor o aliado, diversificando rutas, socios y recursos para blindar a las naciones frente a crisis globales.
Emerge también la Noopolitik, la “geopolítica del conocimiento”, donde el control de la narrativa y de la opinión pública pesa tanto como el control de un territorio. Es la guerra por la mente, potenciada por la soberanía cognitiva: la capacidad de un país para proteger a sus ciudadanos de la manipulación masiva a través de redes sociales, inteligencia artificial y medios internacionales. A su lado, la soberanía digital se vuelve esencial: asegurar el control nacional sobre datos, infraestructura tecnológica y ciberdefensa.
Multipolaridad y Alianzas Emergentes.
Este nuevo orden mundial es descrito como multiplex: ya no hay una sola potencia hegemónica, sino múltiples polos de poder que interactúan, compiten y, a veces, cooperan. Entre esos polos, se consolidan alianzas como el bloque CRINK (China, Rusia, Irán, Corea del Norte), un eje autoritario que busca desafiar la influencia occidental mediante cooperación militar, tecnológica y financiera. Sigla que en el análisis global también se utiliza para describir un mundo marcado por Crisis, Riesgos, Incertidumbres, Nuevos conocimientos y Komplejidad. (Nota sobre la “K”: En CRINK, la “K” corresponde a Komplejidad, escrita con K en lugar de C para mantener la sonoridad de la sigla y porque en alemán Komplexität comienza con K. De lo contrario, la sigla sería CRINC y perdería fuerza.
En este escenario, algunos líderes han entendido que las guerras modernas se ganan con menos bombas y más presión económica. Donald Trump, por ejemplo, ha hecho de la geoeconomía una de sus armas más efectivas, usando sanciones, restricciones tecnológicas y acuerdos comerciales como palancas para forzar cambios con menos intervenciones bélicas de Estados Unidos en otros continentes y más presión económica y diplomática. Paradójicamente, esta estrategia podría dejarlo más cerca del Premio Nobel de la Paz que cualquier cumbre armada del pasado. Y aunque muchos lo odien, otros no estén de acuerdo con él, o incluso algunos que antes lo criticaban hoy lo aplauden, vale recordar que los grandes hombres de la historia no se caracterizaron por ser dóciles ni por hablar para agradar: su legado se construyó sobre decisiones difíciles y rupturas incómodas.
Caribe, Maduro y el Poder de Disuasión.
En ese contexto, Estados Unidos ha mostrado que se puede reducir la cantidad de intervenciones bélicas en otros continentes, pero sin perder capacidad de disuasión. El reciente movimiento de parte de su flota hacia el Caribe, en una clara advertencia contra el régimen de Nicolás Maduro, no es un gesto simbólico: es la demostración de que, cuando se considera vital para los intereses nacionales, el poder militar se despliega sin titubeos. Y la orden es clara: la captura de Maduro, vivo o muerto.
Colombia y la Amenaza del Crimen Organizado.
En América Latina, Colombia se ha convertido en un espejo inquietante. La reciente muerte de un candidato y el creciente descontento contra el presidente Gustavo Petro han puesto en evidencia una peligrosa tolerancia al crimen organizado. Esto, que allá se traduce en riesgo real para quienes se enfrentan a esas redes, podría también estar ocurriendo en Chile. Nunca antes un candidato —especialmente de derecha— había estado tan expuesto a amenazas físicas. Tal como ocurrió en Colombia, ¿y por qué acá no? ¿Hay alguien en el Chile de hoy que se atreva a asegurarlo?
Perú: Soberanía frente a la presión externa.
En paralelo, lo que ocurre al norte merece atención. En Perú, la presidenta Dina Boluarte promulgó una ley de amnistía que beneficia a cientos de militares y policías procesados por hechos ocurridos en el marco de la lucha contra el terrorismo de Sendero Luminoso. A pesar de las críticas de organismos internacionales cada vez más desprestigiados, el gobierno peruano decidió avanzar en una medida que responde a una deuda histórica con quienes defendieron al país en tiempos de violencia extrema. Esta decisión demuestra que es posible poner la soberanía nacional y la justicia interna por sobre presiones externas que no conocen la verdadera dimensión de esa guerra.
Bolivia: El derrumbe de una hegemonía.
Mientras tanto, en Bolivia se ha producido un verdadero “terremoto político”. Tras más de dos décadas de hegemonía del Movimiento al Socialismo, el comunismo sufre una dura derrota frente al hartazgo ciudadano y la emergencia de nuevas fuerzas que ponen en primer plano la economía, la estabilidad y la libertad. La peor crisis económica en 40 años, junto a la división interna del oficialismo, ha abierto la puerta a líderes de corte más conservador, marcando un giro que podría transformar el futuro de ese país y de la región.
Ambos casos muestran que las definiciones ya no son postergables: las naciones que dudan terminan pagando el precio de la indecisión. Chile debe tomar nota.
Chile: Entre Gestos y Silencios.
Y mientras el mundo se reacomoda en este tablero, en Chile seguimos atrapados en un espectáculo político donde la puesta en escena parece importar más que los resultados. Gabriel Boric nunca ha usado corbata en actos oficiales, como si la informalidad fuese un símbolo de autenticidad.
Se fotografió con una camiseta alusiva al asesinato de Jaime Guzmán; quizá no para celebrarlo abiertamente, pero sí para ganar aplausos de un sector extremo de la sociedad.
Ese mismo Boric de la calle, que increpó a gritos a los soldados que cumplían órdenes para restablecer el orden y evitar la caída del gobierno de Piñera;
No se trata solo de gestos: también de silencios. Mientras Donald Trump en Estados Unidos ordena revisar museos para que cuenten la historia con un relato imparcial y patriótico, sin sesgos ideológicos o de género, en Chile se financian exposiciones que glorifican la violencia del estallido social, la quema de iglesias y ataques a Carabineros, sin una condena clara desde La Moneda.
Brasil, China y los Empresarios Chilenos.
En Brasil, la derecha ha demostrado que, sin importar a quién lleven como candidato, logran arrasar cuando el pueblo decide castigar el desgobierno.
Y en el plano internacional, la influencia de la China capitalista sigue creciendo. Para ellos, el tiempo no importa: avanzan lenta pero inexorablemente, ocupando espacios estratégicos mediante inversión, infraestructura y control de recursos.
Y aquí, los empresarios —me refiero a los que aún no entienden la magnitud de la crisis social y política que atravesamos— parecen no haber aprendido nada. Son los mismos que, en autos de lujo y rodeados de escoltas, se reunieron hace algunos años en el ostentoso Palacio de las Majadas de Pirque, no para discutir cómo mejorar el país, sino para mirarse el ombligo, sin ver la tormenta que se avecinaba.
Hoy, nuevamente, un grupo de empresarios, además de escribir cartas a los candidatos de la derecha, han intervenido sin tapujos en Chile Vamos, desplazando a la candidata Evelyn Matthei y reemplazándola en la agenda mediática por comentarios de Juan Sutil, que han copado todos los espacios de los medios de comunicación. Puede que las intenciones sean muy buenas y “patriotas”, como aseguraron en su carta a El Mercurio, pero todo eso se derrumbó cuando decidieron intervenir Chile Vamos al más puro estilo empresarial.
La pregunta que cabe hacerse es: ¿no lo hicieron con Republicanos o con el Partido Nacional Libertario porque estos no lo aceptaron, o simplemente porque se trata de una jugada estratégica con quienes sí se dejan someter a los fines particulares de las ya conocidas malas prácticas?
Y pareciera que no todos aquellos empresarios fueron a las Majadas de Pirque cuando se hablaba de ética. Algunos solo se entusiasmaron cuando la consigna era inspiración, inclusión e innovación. Tres palabras que ayudan, sin duda, a mejorar la venta de productos y la imagen corporativa… pero que poco o nada tienen que ver con la ética empresarial que el país todavía espera ver.
Finalmente, más allá de diagnósticos y advertencias, la realidad es clara: Chile debe prepararse para un eventual nuevo estallido delictual, similar o más grave que el de octubre de 2019.
La izquierda extrema lo anuncia y lo espera; el comunismo y los sindicatos lo fomentan; los desalojados de Estación Central lo comentan abiertamente; y quienes hoy ocupan cargos políticos por pago de favores saben que un cambio de gobierno significará el fin de sus privilegios. Todo ello configura un escenario de riesgo real.
¿Estamos preparados para eso? ¿Contamos con un sistema de inteligencia capaz de anticipar estos hechos? ¿Con Fuerzas Armadas y de Orden disciplinadas y blindadas frente a infiltraciones? ¿Con respaldo legal suficiente para perseguir y encarcelar a quienes promuevan un segundo octubrismo?
Peor aún, si nuestras Fuerzas Armadas se están preparando solo para una guerra que nunca será. Tal como lo advierte el Coronel (R) Arturo Contreras Polgati en su último libro, "Estrategia y Soberanía".
Por todo lo anterior, no resulta descabellado plantear la necesidad de un Gobierno de Emergencia, como lo advirtió José Antonio Kast. No se trata de un slogan ni de un recurso electoral: es una respuesta estratégica a un mundo en policrisis, a una región convulsionada y a un país que ya mostró en 2019 cómo puede arder de un día para otro. Un gobierno de emergencia no implica autoritarismo, sino la capacidad de tomar decisiones rápidas, sin cálculos partidistas, para resguardar el orden, garantizar la seguridad interior y proteger la democracia frente a quienes intentan destruirla desde dentro.
En este escenario, hablar de un gobierno de emergencia significa también discutir con franqueza si contamos con las instituciones adecuadas para enfrentar un estallido de nuevo tipo: ¿tiene hoy Chile un Congreso capaz de ponerse de pie en medio de una crisis? ¿un Poder Judicial dispuesto a aplicar la ley con todo su rigor contra el terrorismo y la violencia política? ¿unas Fuerzas Armadas y de Orden con respaldo político y social suficiente para restablecer el orden cuando sea necesario? La experiencia de 2019 demostró que no basta con el diagnóstico; lo que falló fue la acción, la coordinación y, sobre todo, el coraje de la dirigencia.
Por eso, un Gobierno de Emergencia no debería entenderse como una opción extrema, sino como un escenario inevitable si la política sigue rehuyendo la realidad. Un país sin seguridad, sin justicia eficaz y sin capacidad de defensa es un país expuesto al chantaje permanente de minorías radicalizadas. Y si el Estado no recupera esa capacidad de control, serán otros —los delincuentes, los grupos organizados, las redes internacionales del crimen— quienes impongan sus reglas en la calle.
Ahora bien, la pregunta inmediata es si la tradicional derecha se sumará activamente a esa nueva etapa o si preferirá observar y criticar desde el palco de los perdedores. ¿Estarán dispuestos sus líderes y empresarios a apoyar un verdadero gobierno de emergencia, o volverán a repetir el libreto de los últimos años, corriendo hacia pactos por la paz y acuerdos vacíos, rindiéndose ante la delincuencia y ante una izquierda que jamás vacila en traicionar para conservar poder?
En este contexto, cobra fuerza la lógica de las "Alianzas Emergentes", tal como la vimos en el plano internacional. Hoy en Chile ya aparecen acuerdos impensables en otras épocas: Chile Vamos pactando con Demócratas y Amarillos, la Democracia Cristiana coqueteando con los Comunistas. Líderes que ayer se declaraban incompatibles hoy borran con el codo sus declaraciones de principios y buscan justificaciones impresentables para unirse con quien sea con tal de no perder espacio político. Esa desesperación revela el verdadero problema: una clase política dispuesta a cualquier transacción con tal de sobrevivir, incluso si con ello arrastra al país hacia un nuevo ciclo de fragilidad y decadencia.
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