POCO NOS FALTA PARA ESTO....


Si lo quiere imitar, que lo haga bien y con la dignidad del cargo:






La dignidad del cargo y la tentación de banalizar el poder:

El poder político, en su expresión más visible, está encarnado en la figura del jefe de Estado. Ese cargo no es un atributo personal ni una medalla pasajera, sino una institución republicana que trasciende a quien lo ocupa. De allí que la presentación personal, la solemnidad de los gestos y el respeto al protocolo no sean un capricho ceremonial, sino la manifestación concreta de la dignidad del Estado.

Cuando una autoridad se presenta descuidada en actos solemnes —con el traje arrugado, la banda presidencial mal ajustada o una actitud frívola frente a una ceremonia— no es la persona la que queda en entredicho, es la majestad del cargo la que resulta herida. Lo que para algunos puede parecer un detalle sin importancia, en realidad equivale a banalizar la investidura: convertir lo que es sagrado para la República en un acto de improvisación sin peso ni decoro.

La paradoja es evidente. Las Fuerzas Armadas y las instituciones de orden cumplen con una disciplina estricta, donde la impecabilidad es obligatoria. Cada uniforme planchado, cada zapato lustrado, cada formación precisa son signos de respeto al país y a su autoridad. Frente a ello, un presidente o un ministro que no se presenta con la misma corrección transmite un mensaje implícito de desdén y superioridad cínica: “ustedes están obligados a rendirme honores aunque yo no respete ni la forma más básica del protocolo”.

El daño que producen estos gestos va más allá de lo anecdótico. En sociedades donde la confianza en las instituciones es frágil, la banalización de los símbolos erosiona la legitimidad del poder y normaliza el desprestigio de la autoridad. La historia enseña que los pueblos no respetan a quienes reducen el poder a una caricatura de sí mismos, sino a quienes saben que cada acto público, por pequeño que parezca, debe reflejar seriedad, respeto y conciencia histórica.

La dignidad del cargo exige coherencia. No se trata de corbatas ni de zapatos lustrados como fin en sí mismos, sino de comprender que la autoridad debe estar siempre a la altura del honor que se le ha conferido. Quien banaliza el cargo, banaliza el poder. Y quien banaliza el poder, termina debilitando al Estado que dice representar.

Cuenta una leyenda urbana —de esas que recorren los pasillos de Palacio y los subterráneos de la Escuela Militar— que hace más de medio siglo, una autoridad de gobierno quiso recibir honores de una unidad militar. Como no llevaba corbata, el comandante ordenó a su ayudante que consiguiera una de inmediato. La instrucción fue cumplida y la autoridad recibió los honores con corbata. ¿Cuál sería la moraleja? Que la forma sí importa, porque no se trata de vestir a un hombre, sino de respetar al cargo y a la República.

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