LOS MERCADERES DEL CONGRESO.
¿Qué habría dicho Jesús hoy?
Si hay un pasaje en los Evangelios que muestra a Jesús profundamente indignado, es aquel en que entra al templo de Jerusalén y lo encuentra invadido por comerciantes y cambistas. No levantó un discurso tibio ni buscó acuerdos políticos. Con firmeza, volcó las mesas y dijo:
“Mi casa será llamada casa de oración; pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones” (Mateo 21:13).
Ese momento no fue un arrebato de violencia, sino un acto de defensa de lo sagrado. Jesús no toleró que el templo, lugar destinado a servir a Dios y al pueblo, fuera usado como un mercado para el provecho personal.
Hoy, más de dos mil años después, ese mismo espíritu de justa indignación podría repetirse. Porque cuando uno observa el Congreso y buena parte del aparato público, lo que se ve —con otras formas pero con la misma esencia— es la conversión de un espacio concebido para servir al bien común en un mercado de intereses personales. No hay cambistas ni palomas, pero sí hay operadores políticos, pitutos, asesores de confianza, redes de favores y cálculos mezquinos. No se venden ofrendas, pero se negocian cargos, recursos y poder.
Y fue precisamente al recordar ese episodio que vino a mi mente un texto que me envió un amigo a través de las redes sociales. Lo leí con atención y no pude evitar pensar que describe con precisión quirúrgica lo que estamos viviendo. Por eso, con su autorización, lo comparto íntegramente a continuación.
Los mercaderes del Congreso.
por Petricor — reproducido con autorización del autor
El episodio bíblico de Jesús expulsando a los mercaderes del templo vuelve a cobrar sentido cuando uno observa lo que está ocurriendo hoy en Chile: la política se ha transformado en un mercado de poder, y el Congreso en la mejor vitrina para quienes confunden servicio público con privilegio personal.
Cuando Jesús entró al templo de Jerusalén y vio a los comerciantes instalados donde debía reinar la fe, volcó las mesas y los expulsó diciendo:
“Han convertido la casa de mi Padre en una cueva de ladrones” (Mateo 21:12-13).
No lo hizo por desprecio al comercio, sino por indignación ante la corrupción del propósito original del templo: lo sagrado había sido reemplazado por el negocio. Dos mil años después, el eco de esa escena resuena en el Congreso de Chile.
En los pasillos donde debiera debatirse el futuro de la Nación se tranzan cuotas de poder; en las comisiones donde debiera estudiarse el bienestar ciudadano se negocian beneficios; y en el hemiciclo donde debiera escucharse la voz del pueblo, se oyen los susurros del lobby. La avaricia no se mide solo en dinero: también se expresa en la ambición por mantenerse en el cargo, en la manipulación del discurso público y en la indiferencia ante millones de chilenos que viven con sueldos mínimos y servicios precarios.
Cuando los representantes olvidan su misión, el silencio de los indignados se convierte en complicidad. Y si Jesús se atrevió a volcar las mesas de los mercaderes, quizás hoy nos toca a nosotros volcar las urnas contra quienes han convertido la política en un negocio. Ya no es una voz aislada: es un murmullo que crece. El voto consciente es el látigo ciudadano… y más de uno ya siente su chasquido en los pasillos del poder.
Mientras leía esas líneas, pensaba que la indignación por sí sola no basta. La denuncia es necesaria, pero no suficiente. Así como Jesús no se quedó mirando lo que ocurría en el templo, tampoco nosotros podemos quedarnos paralizados ante la evidencia. La pregunta inevitable es: cómo se soluciona esto.
Un camino para recuperar el sentido del servicio público.
La historia nos enseña que Jesús no se quedó en la denuncia: cuando vio el templo profanado, actuó con decisión y coraje para restablecer el orden y devolverle su sentido sagrado. En la política actual, no bastan los diagnósticos ni los discursos bien intencionados. Si hay que crear un Gobierno de Emergencia, entonces que sea precisamente para limpiar y reconstruir lo que ha sido capturado por intereses mezquinos.
Una solución clara sería poner fin al ejército de operadores políticos y parásitos del Estado, manteniendo en funciones solo a quienes tengan una trayectoria intachable, profesional y ética. Y cuando sea necesario reforzar la administración pública, Chile cuenta con reservas morales y técnicas: profesionales jubilados, exfuncionarios honorables y miembros en retiro de las Fuerzas Armadas y de Orden dispuestos a servir —incluso sin remuneración— por deber y amor a su patria.
Un nuevo gobierno debe premiar al que cumple, al que sirve y al que dice la verdad, debe proteger al que denuncia la corrupción, al que actúa con integridad y compromiso, y no castigarlo ni aislarlo como tantas veces ocurre hoy. Nadie debería ser enviado al “subterráneo” ni destruido profesionalmente por decir la verdad, por ser honesto, profesional y profundamente comprometido con su patria.
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