RESPONSABILIDAD HISTÓRICA.

DEJAR AVANZAR AL CANDIDATO QUE CHILE NECESITA.

A pesar de los buenos resultados, y aunque hoy el sector no-izquierda tiene mayoría en el Congreso, el país debe entender que eso no alcanza para hacer los cambios profundos que Chile necesita. Sí, se avanzó fuerte, pero no lo suficiente. Nos quedamos a dos o tres votos de poder transformar el Estado donde realmente importa. La falta de unidad tuvo un costo concreto: no lo pagan las cúpulas que la provocaron, lo paga el país, que sigue necesitando reformas urgentes.

La mayoría simple sirve para hacer ajustes y ordenar la casa; en ese terreno se podrá avanzar sin mayor dificultad. Pero para cambiar la justicia, reorganizar ministerios, mejorar la educación, reformar municipalidades o enfrentar seriamente el crimen organizado, se requieren mayorías especiales: cuatro séptimos, tres quintos o incluso dos tercios del Senado. Y ahí es donde quedamos cortos. Con un poco más de inteligencia y menos ego en ciertos sectores, hoy podríamos estar hablando de posibilidades reales de reencauzar Chile. En política, la desunión nunca sale gratis, y esta vez tampoco fue la excepción.

A esto se suma otro espectáculo predecible: la reacción de la prensa internacional. Resulta curioso —por decirlo suave— ver cómo algunos medios extranjeros, los mismos que llevan años aplaudiendo gobiernos que destruyen sus propios países, respondieron al avance de Kast con una mezcla de histeria y vómito ideológico. No presentan datos ni comparan votaciones; no explican por qué Republicanos se convirtió en la primera fuerza de la Cámara ni mencionan el derrumbe de la derecha tradicional. Prefieren repetir etiquetas prefabricadas: “ultraderecha”, “populista”, “trumpista”, “amenaza para la democracia”. Esa es la pobreza intelectual del periodismo woke: insultar en vez de analizar, deformar en vez de informar y militar abiertamente en vez de cumplir su deber. A estas alturas, por suerte, muchos ciudadanos ya no se comen ese cuento tan fácil.

En este contexto, los acuerdos no son un lujo, son una obligación. Pero no acuerdos para desdibujar un proyecto, sino para sumar voluntades que apoyen, mejoren o aporten nuevas ideas al programa de gobierno de Republicanos. A veces habrá que ceder en un frente para fortalecerse en otro más importante; así funciona la política real, no la de consigna ni la de redes sociales. Lo clave es explicar esas decisiones con transparencia en los pocos días que quedan para la segunda vuelta: si la seguridad comienza por casa, la primera seguridad que hay que asegurar es la unidad del sector.

Y junto con esa unidad, también hay que despejar el camino. La mayoría de los chilenos ya habló con claridad y eligió a su líder natural: Kast. No porque sea perfecto, sino porque es el único que hoy representa una dirección clara y un proyecto coherente. Eso implica asumir una realidad incómoda para algunos: hay figuras que ya no lideran nada, que dejaron de liderar hace mucho —si es que alguna vez lideraron algo— y que no pueden seguir interponiéndose ni poniendo zancadillas por celos, ego o ambiciones personales que nadie comparte. El país no está para eso. Chile votó por un rumbo y por una conducción, y quienes todavía intentan arrastrar sus viejos protagonismos deben entender que no están frenando a un candidato: están frenando a la mayoría del país que ya decidió avanzar.

Aquí entra otra confusión que se ha vuelto habitual. Anoche, más de uno decía por WhatsApp: “No me gusta Kast, pero igual voy a votar por él”. Esa frase refleja una idea equivocada: la de que la política debería ser una sastrería fina donde cada ciudadano encarga un traje a su medida. No. La política no es una modista ni un taller de alta costura. Ningún candidato es perfecto, ni un santo, ni un semidiós, ni un héroe de historieta, y los ciudadanos tampoco. Los políticos son personas comunes, con aciertos y errores, que representan a una sociedad que también tiene aciertos y errores. El traje perfecto a la medida sólo existe en la antigua sastrería o en la modista del barrio, no en la conducción de un país en crisis.

Y llevemos la idea un nivel más arriba, porque la confusión no es solo individual. Tampoco se trata de buscar al candidato que más le convenga a un sector económico, a un grupo de empresarios, a un club de privilegiados o a quienes siempre creen que el Gobierno debe ser un instrumento para proteger sus intereses particulares. Chile no necesita al candidato favorito de ciertos gremios, ni al candidato hecho a la medida de los de siempre, ni al candidato que promete no tocarle un dedo a un sector específico. Eso también es sastrería fina, pero en tamaño industrial. Aquí no se vota por el candidato del empresariado, ni por el candidato del mercado financiero, ni por el candidato de la elite que perdió protagonismo. Se vota por el candidato que necesita el país completo, especialmente en un momento en que la economía, la seguridad y la institucionalidad están en crisis. Chile no necesita un representante de un sector; necesita un Presidente de la República. Así de simple.

Y por si fuera poco, conviene recordar que Jeannette Jara no representa un proyecto nuevo ni una alternativa “moderada”, como algunos intentan instalar. Representa exactamente lo mismo que ha sido el gobierno de Boric: desorden, improvisación, negligencia y una cadena interminable de escándalos que el país aún no termina de procesar. La continuidad de un modelo que permitió el desfalco de las fundaciones, que acumuló ministros acusados constitucionalmente, que llevó a renuncias obligadas por casos de acoso, que prometió miles de viviendas que nunca construyó, que perdió millones de pesos en programas mal diseñados, que no anticipó ninguna crisis y que gobernó siempre al borde del colapso. Eso es Jara: la prolongación directa de todo lo que Chile ya rechazó. Y peor aún, no solo es continuismo; es continuismo comunista, con el sello ideológico más radical del gobierno. No hay que engañarse: votar por Jara es votar por la repetición amplificada de los mismos errores que llevaron al país a la situación actual.

Y ligado a eso, viene lo esencial: uno no debería buscar un patriota de póster ni un superhéroe diseñado para satisfacer expectativas personales. Se trata de buscar al candidato que hoy es mejor para Chile, no para uno mismo. El candidato no es quien te va a conseguir trabajo, no es quien va a celebrar con tu familia, no es quien te cae más simpático ni quien grita más fuerte o usa el traje más bonito. No se elige al más decorativo del curso, sino al que tiene la capacidad, el carácter y la convicción para enfrentar la crisis que tenemos encima. En resumen: no se vota por afinidad personal, se vota por responsabilidad histórica.

Al mismo tiempo, ya hemos visto en América y en el mundo hasta dónde puede llegar la desesperación de quienes ven escaparse el poder político. No son tiempos para ingenuidad ni para improvisación. Justamente porque no hay mucho margen ni demasiado tiempo, el liderazgo de Kast —su claridad y su firmeza— será determinante, y lo será también la capacidad del sector para ordenar filas en torno a un objetivo común sin seguir regalando espacio a la izquierda.

En este cuadro, el Partido de la Gente juega un rol ineludible. Aunque muchos no comulguen con su pintoresco y pachotero líder, es un hecho que sus votos pueden ser decisivos para asegurar un triunfo. Y eso hay que despejarlo de inmediato: o el PDG está con Kast o está en contra de Kast. No es al revés. No es Kast quien debe mendigar apoyo; es el PDG quien debe decidir si quiere ser parte de la solución o seguir jugando a la ambigüedad mientras el país se juega el futuro.

Los resultados, en síntesis, fueron buenos, pero insuficientes. Alcanzó para enviar una señal potente, no para asegurar por sí solos la reconstrucción institucional que Chile necesita. De ahora en adelante todo dependerá de dos cosas: la unidad real —no declamatoria— y la capacidad de entender que esta elección no trata de gustos personales, sino de la urgencia de salvar a un país que ya no resiste otro error histórico en el último minuto.

Y seamos aún más claros: este no es el momento de mirarse el ombligo. Mucho menos el momento para que ciertos partidos —especialmente Chile Vamos, que está peligrosamente cerca de diluirse— comiencen ahora terapias de autocrítica o ajustes internos que solo distraerían al país. Todo eso tendrá su hora, pero después del 14 de diciembre. Hoy la responsabilidad es otra. Y así como Evelyn Matthei mostró carácter y sentido de realidad al ir a felicitar a Kast apenas comenzaron los primeros conteos, sería saludable que algunos presidentes de partido demostraran la misma hombría política y, llegado el momento, dieran un paso al costado. Pero repito: todo eso después del 14 de diciembre. Porque hoy no se pueden enfrentar dos problemas al mismo tiempo: o se alinean detrás del liderazgo que la mayoría ya eligió, o por seguir mirándose el ombligo terminarán causando un daño mayor. Lo urgente ahora —la responsabilidad histórica verdadera— es apoyar con claridad al único proyecto que puede recuperar el país. 

Y por lo demás, es bueno esperar. Mientras tanto, nadie necesita recurrir a ninguno de los mismos rostros de siempre que aparecen solo cuando sienten que el entramado de favores, vínculos familiares y privilegios heredados que los sostuvo por décadas corre el riesgo de desaparecer, y llegan precisamente para impedir que eso ocurra. No. Si de hombría política se trata, si de saber dar un paso al costado cuando corresponde, no necesitan operadores, consultores ni gurús: basta mirar al expresidente de la Democracia Cristiana, Alberto Undurraga, quien supo hacerlo en su momento, sin escándalos ni dramatismos. Él podría darles la receta. Y les haría bien escucharla…pero después del 14 de diciembre, porque hoy no pueden enfrentar dos problemas al mismo tiempo: o se alinean detrás del liderazgo que la mayoría ya eligió, o por seguir protegiendo el viejo sistema de pitutos y privilegios pueden causar un daño mayor. Lo urgente ahora es apoyar al único proyecto que puede recuperar el país. Lo demás puede —y debe— esperar.



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