UNIVERSIDAD DE CHILE: DE FARO INTELECTUAL A TRINCHERA POLÍTICA.

De la excelencia al igualitarismo militante: cuando todos deciden, nadie responde.


"...Creer en los sueños juveniles no significa entregarle las llaves del saber a quienes no distinguen entre libertad de cátedra y panfleto, entre disenso y destrucción. Si no se pone freno a tiempo, Chile no necesitará crear una ARCIS 2.0: la Universidad de Chile será la versión ampliada, con más presupuesto, más ideología y menos futuro..."

Lo que comenzó como un sueño universitario de libertad y excelencia ha derivado en trincheras ideológicas, tomas interminables y consejos dominados por activistas sin mérito ni responsabilidad. Córdoba es el ejemplo. Chile va por la misma ruta.

De faro intelectual a trinchera política: la decadencia anunciada de la Universidad de Córdoba.

La Universidad Nacional de Córdoba, fundada en 1613 y conocida como La Docta, fue por siglos símbolo de formación, rigor y pensamiento crítico. Desde allí surgieron generaciones de profesionales e intelectuales que contribuyeron al desarrollo no solo de Argentina, sino de toda América Latina.

En 1918, con la célebre Reforma Universitaria, Córdoba se convirtió en la cuna de un movimiento que promovía el cogobierno, la autonomía universitaria y la libertad de cátedra. Fue una revolución necesaria en su contexto, para sacudir el poder vitalicio de academias conservadoras. Su manifiesto fundacional —el Manifiesto Liminar, redactado por Deodoro Roca— proclamaba con fuerza que “la juventud ya no pide, exige”, y que debía intervenir en el gobierno universitario como actor protagonista.

Pero ese impulso, que parecía democratizador, sembró también las bases de una lenta erosión institucional. Lo que fue una gesta valiente derivó en una estructura corporativa que, con el paso del tiempo, sustituyó el mérito por la militancia, la ciencia por el panfleto, y la academia por el activismo.

Hoy, bajo el gobierno de Javier Milei, Córdoba se ha transformado en lo contrario de lo que fue: tomas de facultades, activismo financiado por el Estado, discursos anticapitalistas como currículum oficial y asambleas donde se decide todo, menos lo académico. La universidad se paraliza cuando gobierna la derecha y se convierte en brazo cultural cuando gobierna la izquierda. No hay vocación académica: hay ocupación política.

Cuando la “paridad” reemplaza a la competencia.

Hoy todos hablan de “paridad”. Pero no es paridad de género lo que se discute: es paridad de poder en los espacios de decisión, como si las universidades fueran empresas de reparto político y no instituciones de formación superior. La triestamentalidad ha dejado de ser una forma de inclusión para convertirse en un sistema de cooptación de poder, donde estudiantes con escasa formación deliberan al mismo nivel que profesores con años de carrera.


Y como nadie paga el costo, todo se decide alegremente con dinero estatal o con la billetera de los padres. La excelencia no importa. La responsabilidad tampoco. Lo único que parece importar es reproducir el modelo militante dentro del campus.

Los reparos desde dentro de la Universidad de Chile.

Esta situación no solo es visible desde fuera. Dos académicos de la Universidad de Chile —el profesor Miguel Orellana Benado y el profesor Marcelo Arnold-Cathalifaud— han expresado públicamente sus reparos ante esta reforma de gobernanza impulsada al interior de la Casa de Bello.

Ambos advierten que el modelo triestamental, lejos de fortalecer la vida universitaria, puede derivar en una estructura disfuncional, donde la representación se impone sobre la competencia, y el conocimiento queda subordinado a una lógica de cuotas y militancias organizadas. Gobernar una universidad no es un acto simbólico: requiere preparación, experiencia y responsabilidad institucional. Y todo indica que eso es lo primero que se está perdiendo.

Esta advertencia no es meramente teórica. Ya en 2019 denuncié públicamente, en una columna de "El Ojo Digital" de Argentina, el preocupante clima de intolerancia política que se vivía dentro de la Universidad de Chile. Lo hice con nombre y apellido, cuando se conocieron los cobardes ataques contra Polette Vega, estudiante de Trabajo Social y militante de centro derecha, quien fue increpada y expulsada por sus propios compañeros de clase por su postura ideológica. No fue un hecho aislado. Pocos meses antes, el hijo de la diputada Cristina Girardi (PPD) fue brutalmente golpeado dentro del mismo campus Juan Gómez Millas, resultando con fracturas en su rostro y un trauma craneano. Ambos casos fueron ampliamente cubiertos por la prensa, y en ambos hubo un denominador común: la universidad no protegió a las víctimas ni condenó con claridad los hechos. En nombre del pluralismo y la diversidad —mal entendidos y peor aplicados— se ha tolerado la violencia política en el lugar que debiera ser un templo del saber, la razón y la convivencia cívica.

¿ARCIS 2.0?

Lo que vemos en Córdoba podría repetirse —con más presupuesto y más retórica— en la Universidad de Chile. De no corregirse el rumbo, el riesgo es evidente: seguir el camino de la extinta Universidad ARCIS, un experimento ideológico que terminó colapsando por su propia desconexión con la realidad académica, financiera e institucional.

La participación es importante, sí. Pero no puede destruir el principio básico de jerarquía académica. La universidad no es una asamblea. El saber no se construye por votación. Y el futuro de Chile no se defiende con consignas: se defiende con formación rigurosa, libertad de pensamiento y responsabilidad institucional.

Conclusión: la universidad como botín político.

Cuando la academia deja de formar para comenzar a militar, cuando los estudiantes eternos reemplazan a los investigadores, y cuando el financiamiento público alimenta discursos de odio al mismo sistema que los mantiene, no hablamos de una universidad pública: hablamos de una universidad tomada, desviada y al servicio de una causa política.

Creer en los sueños juveniles no significa entregarle las llaves del saber a quienes no distinguen entre libertad de cátedra y panfleto, entre disenso y destrucción. Si no se pone freno a tiempo, Chile no necesitará crear una ARCIS 2.0: la Universidad de Chile será la versión ampliada, con más presupuesto, más ideología y menos futuro.

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