MAINSTREAM: EL PODER DEL RELATO EN MANOS NO PATRIOTAS.
El "Mainstream" y la realidad que no quieren ver.
La palabra mainstream significa literalmente “corriente principal”. En política y comunicación, describe a la red de medios de comunicación dominantes, organismos internacionales, centros de pensamiento y élites económicas que imponen una narrativa única y moldean la opinión pública. No lo hacen necesariamente a través de mentiras directas, sino seleccionando qué se dice, cómo se dice y quién tiene derecho a ser escuchado. Es una forma de poder blando: silenciosa, sofisticada y extremadamente efectiva.
Esa corriente dominante no es neutra. Está fuertemente alineada con una visión progresista y globalista, representada por medios internacionales como The New York Times, BBC, El País o CNN, y reforzada por organismos como la ONU, la OCDE o la Unión Europea. Desde allí se emiten juicios, se instalan conceptos y se definen marcos de interpretación que luego la inteligencia artificial reproduce automáticamente, porque se alimenta de esas fuentes masivas y “prestigiadas”.
Sin embargo, el mainstream no actúa solo desde el extranjero. En Chile, también tiene rostro propio. Parte de la centroderecha tradicional —especialmente quienes orbitan alrededor de Chile Vamos— ha contribuido activamente a construir esta narrativa dominante. Muchos de sus voceros tienen acceso privilegiado a los medios, a espacios de opinión y a plataformas de análisis político. Aunque no usen el lenguaje de la izquierda, han contribuido a instalar una visión que desacredita cualquier liderazgo que desafíe al establishment, incluso si proviene de su propio sector.
El mainstream en nuestro país no es una sola voz, sino una red bien articulada que reúne a grandes medios de comunicación, universidades tradicionales, centros de estudios, poder económico y actores políticos que comparten un mismo marco narrativo. No siempre piensan igual, pero protegen el mismo ecosistema de poder, administrando el debate público y excluyendo a quienes desafían ese orden. Un rol central en esta construcción lo cumplen los llamados “líderes de opinión”, rostros recurrentes en columnas, editoriales y paneles que presentan sus posturas como verdades técnicas o razonables, pero que en la práctica refuerzan el mismo marco ideológico dominante.
Es desde esa estructura —y no desde la neutralidad— que se construye buena parte del relato que la IA termina amplificando.
En este escenario, José Antonio Kast y Johannes Kaiser se han convertido en una piedra en el zapato para ese sistema instalado. A pesar de la maquinaria política, mediática y económica en su contra, han logrado consolidar un electorado firme, con presencia territorial y una propuesta política coherente. Los resultados de las últimas mediciones reflejan esa fuerza creciente: Kast y Kaiser han desplazado a Evelyn Matthei al cuarto lugar, un golpe directo a quienes daban por hecho que la derecha tradicional controlaría la escena política de cara al 2025. Este avance no se debe a encuestas infladas ni a maniobras comunicacionales, sino a un trabajo político real, sostenido y en contacto con la ciudadanía, algo que el mainstream ha ignorado deliberadamente.
En Argentina acaba de ocurrir algo muy parecido —y aún más revelador. Durante semanas, la prensa internacional y analistas “expertos” aseguraban que Javier Milei enfrentaba un escenario adverso, que su apoyo se debilitaba y que su coalición difícilmente lograría un triunfo contundente. La IA, alimentada por esa misma matriz informativa, repitió el diagnóstico como si fuera verdad revelada. La realidad fue muy distinta: Milei obtuvo una victoria aplastante en las elecciones legislativas, con un resultado histórico en la provincia de Buenos Aires, el bastión político más poderoso del país. Ese triunfo no solo reafirma su liderazgo, sino que desnuda a toda una maquinaria de relato que intentó instalar su derrota como una “certeza técnica”.
Lo mismo ocurrió antes con Donald Trump en 2016, cuando prácticamente todos los analistas daban por ganada la elección a Hillary Clinton, y con el fenómeno de Vox en España, o con el avance de la derecha en Europa Central. No son hechos aislados. Son expresiones de una realidad que el mainstream no quiere ver ni admitir: que amplios sectores de la ciudadanía están hartos de un modelo político que ha servido a minorías instaladas en el poder, mientras desatiende la seguridad, la soberanía, el desarrollo real y la libertad individual.
En Chile, además, este relato dominante no solo es sostenido por la izquierda, sino también por un sector de la derecha económica que ha preferido proteger sus privilegios antes que defender ideas. Son ellos quienes financian, ocupan espacios de influencia y moldean la discusión pública desde los medios tradicionales. Y es esa misma voz la que termina siendo amplificada por la IA, porque es la que más se oye, la que más se publica y la que más circula.
Cuando uno busca información sobre Kast, Kaiser o Milei en medios convencionales o mediante IA, lo primero que aparece no son sus programas de gobierno, sus logros o su respaldo ciudadano. Lo que surge son etiquetas ideológicas cuidadosamente repetidas: “ultraderecha”, “populismo conservador”, “pinochetismo”, “amenaza autoritaria”. En cambio, cuando se habla de líderes progresistas, la narrativa cambia: se resaltan sus propuestas, sus ideales y su supuesta vocación democrática. Esto no es casualidad: es ingeniería narrativa.
La IA no es la causante de este fenómeno. Es simplemente un reflejo de la hegemonía comunicacional existente. Absorbe lo que domina el espacio público, y eso significa amplificar a quienes ya tienen el control de los grandes medios, de los organismos multilaterales y de las redes de influencia política y económica. En este sentido, la IA actúa como un espejo, no como un actor ideológico independiente. Pero es un espejo que amplifica, y por lo tanto potencia los sesgos existentes.
Por eso, cuando la realidad política da un giro —como ocurrió hoy en Argentina, como viene ocurriendo en Chile—, los analistas mainstream hablan de “sorpresa”. Pero no es sorpresa: es la evidencia de que su relato no coincide con lo que está pasando realmente en la calle, en los barrios, en las regiones, en las urnas.
El problema no está en que existan medios progresistas o agendas globalistas. El problema está en la concentración del relato en pocas manos y en una derecha tradicional que, en vez de ofrecer resistencia, ha sido cómplice silenciosa de ese dominio. La verdadera batalla política no se libra solo en los votos: se libra en quién controla la conversación antes de que se vote.
Y cuando esa conversación está secuestrada, la democracia se vuelve predecible solo para los que la controlan… hasta que llega el pueblo y los desmiente.

Comentarios
Publicar un comentario