LUNES DE CATACLISMO POLÍTICO.

El día que Matthei eligió enfrentarse a Kast: cuando la política dejó de tener memoria.


El lunes 28 de julio de 2025 no será recordado por un debate de ideas ni por un anuncio programático. Será recordado como el día en que Evelyn Matthei decidió, voluntariamente, dinamitar cualquier posibilidad de unidad en la oposición, y lo hizo no contra la izquierda, sino contra el único candidato que lidera las encuestas presidenciales: José Antonio Kast.

En vez de asumir con templanza el desgaste natural de una candidatura que no prende, Matthei eligió el camino del victimismo estratégico. Acusó públicamente a Kast de estar vinculado con cuentas anónimas en redes sociales que la atacan. No presentó pruebas, pero sí exigencias: que Kast “condene”, “se pronuncie” y —en los hechos— pida disculpas por algo que ni ha promovido ni ha validado.

La estrategia es peligrosa, no solo porque invierte la carga de la prueba y construye una culpabilidad por proximidad digital, sino porque emula un método propio de la izquierda más radical: atribuir responsabilidades por afinidad ideológica, imponer arrepentimientos públicos, y fabricar “verdades morales” que no se basan en evidencia, sino en cálculo político.

¿A quién se pretende convencer?

Chile conoce a Evelyn Matthei desde hace décadas. Ha sido senadora, ministra, candidata presidencial, alcaldesa. Ha tenido aciertos, pero también contradicciones notorias, giros discursivos y momentos de exposición polémica. No es, ni de cerca, una figura nueva ni ajena al desgaste del poder. En cambio, Kast ha sido coherente en su trayectoria, ha enfrentado campañas sin aparato estatal, y ha puesto sobre la mesa ideas que representan a millones.
Pretender que él encarna hoy la “ruindad política” mientras ella representa la integridad ofendida, es simplemente insultar la memoria colectiva de los chilenos.

Pero esto no termina ahí. Porque justo cuando esta acusación toma vuelo mediático, cinco senadores de Renovación Nacional, más una independiente, deciden presentar una denuncia penal invocando el Convenio de Budapest sobre ciberdelincuencia, sugiriendo que detrás de los ataques a Matthei hay una red articulada cercana al Partido Republicano. Una jugada que, siendo legítima desde el punto de vista procesal, huele a oportunismo electoral cuando uno observa dónde concentran sus energías estos parlamentarios.

¿Quiénes son esos senadores?
¿Los que van a la reelección y buscan visibilidad mediática?
¿Los que intentan reposicionarse frente al vacío de liderazgo que deja Matthei?
¿O simplemente los que ya no se quieren sacar una foto con ella, pero aún no lo dicen en voz alta?

La verdad es que esta ofensiva judicial parece más bien una maniobra de salvataje parlamentario que una acción legal seria. No es convicción, es cálculo. Y lo que se anunció como una querella firme, más pareciera ser una puesta en escena para disimular la caída de una candidatura que se desinfla sin remedio.

Porque mientras todo esto ocurría, las encuestas hablaron fuerte y claro: José Antonio Kast alcanzaba el 30 %, liderando con claridad, mientras Matthei caía a un 14 % que ya no logra levantar ni con polémicas ni con victimización. Lo cierto es que ella misma, una vez más, dejó botada su propia campaña. Como en otros momentos clave de su historia política, tensiona el ambiente, lanza acusaciones, y luego se aparta cuando el barro salpica. ¿La escena le suena conocida?

Algunos incluso recuerdan que en la historia republicana de Chile, ningún alcalde o exalcalde ha logrado dar el salto directamente desde una comuna al sillón presidencial. Ni Lavín, ni Jadue, por nombrar solo algunos. ¿Será Matthei la excepción? Todo indica que no.

Mientras tanto, y aunque públicamente respaldan a Evelyn Matthei en primera vuelta, varias figuras influyentes de Chile Vamos han comenzado a realinearse con claridad, dejando en evidencia que, si Kast llega a segunda vuelta, el apoyo será inevitable:

Diego Paco, gobernador regional de Arica (Evópoli), escribió en X:
“Soy de Chile Vamos y apoyo a Evelyn Matthei por su liderazgo. Pero seré claro: si José Antonio Kast pasa a segunda vuelta, lo apoyaré sin ambigüedades. Enfrentamos un enemigo común: el crimen organizado. Nuestra región lo sufre.”

Sergio Gahona, senador UDI y jefe de bancada, declaró:
“Separaría el tema en dos: una situación es la querella (…) pero otra muy distinta es el apoyo en segunda vuelta: si Kast pasa, conmigo contará, como espero la misma buena disposición de Republicanos en caso de que sea Matthei. Lo importante es la unión de la derecha y derrotar a Jeannette Jara.”

Camila Flores, diputada RN, sostuvo:
“Nuestro adversario político es la izquierda y, por lo tanto, cualquier candidato presidencial de oposición de derecha que pase a segunda vuelta va a contar con nuestro apoyo. Lo que está al frente es muy peligroso… no podemos permitir que eso ocurra.”

Eduardo Cretton, vicepresidente nacional de la UDI y exconvencional, publicó (y luego eliminó) en X:
“Yo no me pierdo. Apoyo incondicional a quien pase a segunda vuelta contra Jeannette Jara…”


Ella tampoco se equivoca....

Este fenómeno confirma una realidad política que algunos aún no quieren aceptar: la candidatura de Kast ha dejado de ser una alternativa para convertirse en la opción con mayor respaldo popular y proyección electoral.

Y en ese contexto, resulta doblemente decepcionante que algunos parlamentarios concentren su acción judicial justo cuando el líder de ese partido encabeza todas las encuestas presidenciales y se posiciona como referente en encuentros nacionales con gremios como los camioneros o la industria salmonera, mientras que la candidata de Chile Vamos apenas compite por el tercer o cuarto lugar. Más aún, jamás dedicaron esfuerzos semejantes para acabar con las “ficciones jurídicas” que han perseguido durante décadas a exuniformados ancianos, enfermos, condenados en procesos viciados, sin respeto a la presunción de inocencia ni al principio de irretroactividad penal.

Parece que para algunos, el uso del derecho está condicionado a su utilidad electoral. Y cuando el miedo a perder el poder se impone, la coherencia se convierte en un lujo que pocos están dispuestos a sostener.

En política no todo vale.
La democracia se debilita cuando se exige a los inocentes que confiesen culpas que no les corresponden. Se debilita cuando la persecución judicial se aplica según conveniencia electoral. Y se debilita aún más cuando quienes dicen representar la unidad opositora se dedican a atacar a sus propios aliados mientras la izquierda radical —la verdadera adversaria— observa en silencio... y sonríe.

Actualización al 30 de julio:



Cuando el carácter y la ambición mal encauzada dañan más que construyen.

Lo que hemos visto estos días refleja cómo el carácter y la ambición política desbordada pueden terminar causando más daño que beneficio. La necesidad desesperada de figurar o de revertir una caída en las encuestas lleva a algunos a judicializar la política, a sembrar desconfianza y a desviar el foco de lo que realmente importa: las propuestas. No se trata de silenciar agravios, sino de no convertir cada crítica en una causa penal. La política pierde su esencia cuando se transforma en un campo de batalla personal, donde los egos pesan más que el bien común. Al final, no gana el más hábil para destruir al otro, sino quien logra construir certezas y confianza en medio de la incertidumbre.

Frente a esta deriva, vale la pena preguntarse: ¿qué cualidades debe tener un verdadero político para no caer en este tipo de tonterías? La historia y el pensamiento político nos ofrecen algunas respuestas claras. Grandes pensadores como Aristóteles, Weber o Maquiavelo –aunque con miradas distintas– coinciden en que no basta con querer gobernar; hay que estar moral, emocional y cívicamente preparado para ello.

Un buen político debe tener:

Prudencia, para deliberar con serenidad y actuar sin precipitación.

Templanza, para no dejarse arrastrar por emociones o provocaciones.

Sentido del deber y del bien común, como brújula ética en cada decisión.

Fortaleza, para sostener convicciones aún bajo presión o crítica.

Honestidad intelectual y coherencia moral, para decir lo que piensa y hacer lo que dice.

Capacidad de autocrítica, para no convertirse en esclavo de su propio ego.

Sin estas virtudes, la política se convierte en un desfile de ambiciones desbocadas y pequeñas venganzas públicas. Y cuando eso ocurre, pierde Chile.

Hoy más que nunca, necesitamos líderes que comprendan que el poder es un servicio, no un escenario. Que las encuestas no deben dictar el rumbo, y que la firmeza no es incompatible con la nobleza. Chile está cansado de los políticos que gritan, que demandan, que se victimizan y se promueven al mismo tiempo. Es tiempo de hombres y mujeres con carácter, pero también con virtud. De aquellos que no tienen que explicarse todos los días, porque su vida ya es un testimonio.


Comentarios

  1. Que lamentable la actitud de Matthei. Respira por la herida, por ir abajo en las encuestas

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