EN BOLIVIA NO VIMOS DIPLOMACIA. VIMOS UN NUEVO ACTO ATORRANTE.

El actual desgobierno de Chile ante el mundo: la diplomacia de los atorrantes.



En Bolivia no vimos diplomacia. Vimos un nuevo acto atorrante del desgobierno de Chile.

El reciente cambio de mando en Bolivia, en que asumió Rodrigo Paz Pereira, dejó una imagen que marca un antes y un después en la percepción internacional de Chile. Durante la ceremonia oficial, el Presidente de Chile, Gabriel Boric, permaneció sentado cuando el Presidente de Argentina, Javier Milei, se acercó a saludar a los jefes de Estado invitados. Mientras los demás mandatarios se levantaron y estrecharon su mano de pie, como corresponde al protocolo más básico, el Presidente de Chile no se movió de su asiento, limitándose a un saludo frío y distante. Ese es el "gran ejemplo" del Presidente de Chile, para la juventud de nuestro país.

No se trató de un instante privado ni de un ángulo desafortunado de cámara. Fue un gesto público, deliberado y registrado, que recorrió los medios de comunicación de la región y que muchos interpretaron como una falta de respeto impropia de un jefe de Estado. En diplomacia, las formas comunican tanto como las palabras. Y en este caso, la forma exhibió más resentimiento ideológico que altura republicana.

El protocolo no se improvisa.

En las relaciones entre Estados no hay espacio para gustos personales ni impulsos temperamentales. Un Presidente no representa sus emociones ni las de su círculo cercano: representa a la Nación completa, también a quienes no votaron por él. Negarse siquiera a ponerse de pie frente a otro mandatario, sea afín o adversario político, es signo de inmadurez diplomática y de falta de formación republicana.

Durante décadas, Chile fue reconocido por una política exterior seria, profesional y sobria, sostenida por una Cancillería de carrera que entendía que la dignidad del país estaba por encima de coyunturas ideológicas. Esa tradición no puede ser reemplazada por gestos de activismo, diseñados para agradar a ciertos públicos internos a costa del prestigio del Estado. El Presidente de Chile no está llamado a “marcar distancia” como un militante más: está obligado a mantener la dignidad de la República, incluso frente a quien piense distinto.

Cuando la Cancillería se arrodilla.

Lo más preocupante es que, una vez más, todo indica que veremos al Ministro de Relaciones Exteriores intentando justificar lo injustificable. Ya conocemos el libreto: hablar de “malentendidos”, culpar al encuadre de las cámaras, hablar de interpretaciones exageradas, y minimizar lo ocurrido como si se tratara de una anécdota.

En lugar de corregir, se encubre. En lugar de proteger el prestigio de Chile, se protege la imagen del Presidente. El Canciller termina comportándose como un vocero servil, lamiendo la mano del que le da de comer, olvidando que su deber fundamental no es con una persona, sino con la República. Cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores se convierte en una oficina de relaciones públicas de La Moneda, deja de ser Cancillería para transformarse en una sucursal del ego presidencial.

El costo de la mediocridad.

Chile no se desacredita por las críticas de la oposición, sino por la conducta de quienes gobiernan. El gesto en Bolivia no fue un hecho aislado, sino un nuevo episodio en una cadena de improvisaciones, desaires y desplantes que van erosionando, poco a poco, la imagen internacional del país. No es la diferencia ideológica lo que avergüenza, sino la falta de educación, el descuido de las formas y la banalización del cargo.

Así se consolida la percepción, dentro y fuera de Chile, de un gobierno de atorrantes: de personas que parecen no comprender que la diplomacia no es un escenario para la pequeñez personal, sino un espacio donde se mide la estatura moral y cívica de un país. Quienes aún recuerdan tiempos de mayor sobriedad institucional no pueden sino sentir una mezcla de indignación y vergüenza.

Conclusión: lo que se vio en Bolivia.

En Bolivia, el mundo no vio diplomacia chilena. Vio un gesto resentido, pequeño, indigno del cargo y alejado de la tradición republicana del país. Vio a un Presidente que confunde su rol de jefe de Estado con el de activista, y a una Cancillería predispuesta a justificar lo injustificable.

Los gobiernos pasan; las imágenes quedan. Y esta imagen, la de un Presidente que permanece sentado frente a otro jefe de Estado, acompañada por el silencio cómplice o la defensa servil de su entorno, quedará como uno de los episodios más vergonzosos de la diplomacia chilena reciente. En Bolivia no vimos diplomacia. Vimos un nuevo acto atorrante.


Christian Slater E.
Coronel (R) del Ejército de Chile.

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